Tackles al Corazón

En el corazón del Parque Aguirre, el club espera con sus canchas bañadas del característico sol de las primeras horas del sábado santiagueño. Todo es serenidad y quietud; que lentamente comienza a quebrarse con la llegada de los niños prestos a participar de sus prácticas de rugby.

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Con sus gloriosas “rojiblancas” llegan al club. Cada uno trayendo su impronta, su singularidad, algunos somnolientos y serenos, otros ansiosos; pero todos con la alegría de tener otro día junto a sus “amigos de rugby”, o mejor dicho otro sábado en el club, lo que para ellos no es un sábado cualquiera…ni tampoco para mí.

La M-7 ya está lista para empezar su entrenamiento.   Previos saludos de “ buen día”, condición infaltable para ingresar a la ronda, lugar donde todos tenemos un breve dialogo. Allí, en esos minutos cualquiera es libre de comentar cualquier vivencia que quiera compartir con el grupo.

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Ya distendidos, comenzamos la entrada en calor, trotes lentos entre risas y bromas, pasando la “ovalada” de un lado al otro, solo se cortan con el sonido del silbato para hacer un pique corto hasta el “ingoal”. Vuelta al trote, con ganas de mas, y es así la manera en la que nos internamos en los ejercicios de motricidad, coordinación y destrezas con algún que otro juego pensado para ello.

No falta aquel que desliza: -“¡Profe, partidito!” – y si, ellos lo esperan día a día, hacen todo lo anterior para tener la recompensa tan ansiada… “el partidito”. ¡Esos preciosos minutos convierten al más perezoso, apático e indolente para entrenar en un perfecto Puma! Se concentran, toman otra expresión en sus rostros, se “enchufan” de una manera que forman una tríada formada por el equipo, oponente y arbitro/entrenador inexpugnable. Para ellos nada, en absoluto, sucede alrededor o fuera del campo de juego. Solo lo que están viviendo y sintiendo dentro de él.

Satisfacciones por los “trys”, frustraciones porque no salió la jugadita, el rostro confiado de un “tackle” que sabe a try; así lo viven y asi lo sienten. Todo a sabiendas que recibirán un premio mayor. Algo nuevo…su primer viaje.

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Tuve la suerte y el honor de acompañar a este grupo de chicos en su primer viaje. A participar del 3er encuentro de rugby infantil “Ciego Gravano”, disputado en Tafi Viejo, provincia de Tucumán. Gran experiencia…

Un niño de siete años compartiendo una experiencia nueva es como una esponja, todo lo absorbe, todo lo recibe, transmitiendo a la vez innumerables sensaciones incluso ubicados en sus asientos del colectivo listo para partir, donde sus ojitos están abiertos más de lo normal, como grandes lentes tratando de capturar la mayor cantidad de imágenes posibles. Todo es bullicio, todo es ansiedad, gritos de los chicos “más grandes” mezclados con los entrenadores tratando de que todo esté en condiciones para partir “Ok”, los saludos de los papás despidiendo a sus hijos y los cantos… ¡los cantos! Infaltables, para mitigar las ansias por llegar a destino, donde lo único que saben es que los espera rugby. Mucho rugby.

Domingo cualquiera de agosto, ya en el campo de juego, esperamos por Tafì Viejo R.C., Los Tarcos, Uni de Salta, Huirapuca, corsarios y Cardenales, entre otros. Y ellos, la M-7 del S.L.T.C., no pueden evitar contenerlas y liberan su andanada de preguntas, para procesar lo que están viviendo, para aclimatarse, para tener la mayor cantidad de información posible para integrarse y ser uno más de ese “todo” que son los grandes encuentros infantiles de rugby.

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Pero ya es tiempo de jugar, tranquilos entran a tomar sus ubicaciones en la cancha, silbato inicial, pelota en el aire y comienza el juego…

Les puedo decir o comentar como entrenador, una observación general: tuvieron gran desempeño grupal, muy buen juego colectivo con pases y traslado de pelota de un lado al otro de la cancha, buen sentido de apoyo al portador de la pelota. Grupo equilibrado y unido en el campo de juego. Pero, ¿es realmente lo que me interesa? Particularmente no. Fueron fieras, jugaron como gigantes en otra provincia, unidos, cuidándose todo el tiempo el uno al otro, no iban a ningún lado separado, siempre juntos. Creo que en ese momento fueron únicos.

Por eso fue una gran experiencia, gran emoción verlos jugar, terminar el partido y venir a la carrera a preguntarme que tal lo hicieron, esperando el abrazo que los reconfortara y a la vez los hiciera más grandes. Fueron felices y fui feliz.

De vuelta a nuestros hogares, ya en el colectivo, con el cansancio a cuestas no podía dejar de pensar en lo vivido, al punto en que me di cuenta que fui uno más, un niño más y que en realidad fueron ellos los que me reconfortaban el alma con sus abrazos y sus tackles al corazón.

 

Por Luis Casullo

Entrenador M-7 del

Santiago Lawn Tennis Club

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